NAYARIT PLURAL-CRÓNICA/"En la pausa de Brígido y un cierre cíclico"/Miércoles 24 de abril de 2024

En la pausa de Brígido y un cierre cíclico






















La huella del decano en el devenir y desarrollo periodístico de Nayarit

Fernando Gutiérrez Meza
Aún, su figura parece dibujarse en el horizonte, con el efecto visual que deviene del entrecierre ocular y una dosis de testimonio memorístico, a fin de recrear al unísono aquel paso taciturno característico al acercarse a su sitio de estancia cotidiana del corazón de la ciudad, para la revisión periódica de sus notas, organización informativa y de deliberación con su joven ayudante, o con algún homólogo del trajín profesional que coincidía para la hora del deguste del café, como el que esto escribe, siempre después de las 14:00 horas, el turno vespertino.

Aún, sentado en el lugar de su interlocutor, frente a esa silla que hoy luce sin su presencia física, de aquel conocido establecimiento de bebidas y repostería del Centro Histórico de la Capital, desde ese preciso ángulo, se puede observar con el poder de los momentos capturados en la mente, a ese hombre de mirada cansada, pero de gran proyección histórica, marcado por el abrazo de los años, planteando, interrogando y afirmando en un marco de peculiares matices y contrastes, a la par del aplomo, solo del que ha visto, registrado y vivido una gran sucesión cíclica en el transcurso del tiempo, y de haber logrado pervivir en la escena para contarlo, y poder afirmar: “Así fue, porque así lo ví, así lo viví, así lo sentí, así lo escribí”.

Brígido Ramírez Guillén, el decano del ejercicio periodístico de Nayarit, como así se le conoció durante varios años, después de haberse convertido en el último heredero de una época de notables precursores de la comunicación local y del resto de la República (con los que interactuó, reporteó, convivió, analizó y escribió sobre el acontecer, todo, de la segunda mitad del pasado siglo XX y más de dos décadas del presente XXI), finalmente se decantó para pausar su paso y su “momento”, por el doce de diciembre del 2023, a efecto de retirarse del mundo terrenal e integrarse a la cámara de sus coterráneos y guerreros de generación -que tiempo atrás partieron-, en el sueño profundo de la muerte. 

Difícil, si no es que imposible, resultó el imaginar que aquellas tertulias en el café de mediados de octubre, serían la despedida del viejo periodista. Aunque a decir verdad, su voz y su calma, se dejaron percibir en grado mayor al de siempre, pero sin advertir un destino más allá, de un “nos vemos después…mañana le seguimos”.

No obstante, esa ocasión, al final de una buena charla, bajo el decreciente calor y la todavía potente luz solar de las 15:35 horas de una tarde de jueves, cerró su libreta, la guardó junto al resto de sus utensilios (hojas blancas, y con escritos, bolígrafo y grabadora reportera), cerró su menudo portafolios, y exhalando al mismo tiempo que miraba hacia el vaivén ininterrumpido de las personas en la plaza, se levantó y lo aseguró muy bien entre su muñeca y mano, avanzó unos metros -como hacía con ritual precisión- hacia los escalones del antiguo portal que conducen al área de parada de taxis sobre la propia plaza, paró, volteó y con esfuerzo estiró su mano derecha, esbozó una ligera sonrisa -ahora lo entiendo con un dejo de nostalgia- al compás de una mirada fija pero erguida y gallarda hacia mí y más allá, quizá para anunciar con su peculiar discreción lo ineluctable, pero orgulloso diciendo desde lo más poderoso de sus adentros: “Nos vemos, amigo mío, nos vemos, si no vengo mañana, ahí te encargo. ¡Todo bien! ¡Todo ya está bien! ¡Ya he terminado mi ‘Momento…político’! ”. 

Con la satisfacción del deber cumplido, Brígido lo sentía y lo sabía: cerraba un capítulo, el último de un compendio histórico que marcó un período crucial de transformación, de haber alcanzado a ver el final de un siglo, y la consumación de 23 años de uno nuevo, de haber sido partícipe hasta un grado razonable de la evolución tecnológica, de la cobertura puntual de la alborada y el ocaso de más de 12 sexenios de práctica gubernamental en la Entidad y país, con sus claroscuros y glorias, del nacimiento y crecimiento de nuevas generaciones de reporteros, columnistas y articulistas, de la revolución de la actividad en la que le fue la vida, más de siete décadas, porque fue de su vida: el periodismo.

Así, don Brígido Ramírez, hombre de letras, de formas, estilo y comportamiento singulares, de carácter fuerte, de amplias relaciones profesionales y amistades reservadas, pero sólidas, en su mejor esfuerzo por la reproducción fidedigna de una idiosincrasia y capítulo en el tiempo que se fue;  ‘murió en la raya’: hasta sus últimos días publicó en su muro personal de la popular red social ‘Facebook’, su columna “Momento Político”, que asimismo enviaba al periódico “El Eco de Nayarit” (pues nunca dejó de creer ni de ‘quitar el dedo del renglón’ en “el efecto expansivo de la palabra impresa”), que circula en Acaponeta.

Brígido era hombre religioso, de fe, de tal suerte que la fiesta de la ‘Guadalupana’, confesión mayoritaria en el colectivo popular, será fecha inolvidable para la familia Ramírez Ruiz. A los amigos y conocidos nos consternó la noticia de su fallecimiento inesperado, no sabíamos que estuviera enfermo, no lo aparentaba, no lo quería, y de haber seguido entre nosotros, sin duda lo hubiéramos visto, como siempre, en el marco de sus habituales actividades, comprando su billete con terminación en 12, de la Lotería Nacional, pues era jugador empedernido. Seguido sacaba premios medianos, y cerca estuvo de ‘pegarle al gordo’. También participaba en el sorteo del Tecnológico de Monterrey, tenía mucha ‘suerte’ en los juegos de azar.

Durante años adquirió el número “4659”, que vendía el sastre Mejía, en su expendio de avenida México, casi esquina con calle Amado Nervo, que después se cambió por la Avenida Allende entre calles Puebla y Durango, hasta que dejó el negocio. Cuando sabía que en tal o cual lugar, tenían un billete con esa terminación, mandaba por él, o buscaba lo consiguieran hasta en otro Estado y lo enviaran a Tepic; se las ingeniaba, el objetivo era participar con tal combinación.

Cual si se tratara de la apertura "ipso facto" de una grieta en el tiempo, Brígido viajó incontables veces para describir vívidamente pasajes neurálgicos de su pasado en acción comunicacional. Cierta tarde, de pronto, apuntando con su dedo índice a este escritor, mencionó de algunos encuentros deliberativos tenidos en su tiempo y circunstancia, al fragor de un ‘par de cervezas’: “Fue con nachito, sí, Ignacio Ramírez, íbamos a platicar y a tomarnos unas cervezas, noble, de buena pluma, sabía llegarle a la clase política”.

Nachito Ramírez, era un comunicador bohemio de la época (60-70´s), con quién aseveró haber compartido no pocas veces ‘tragos amargos’ en el bar “Álica”, el “Pupu”, “Ferrocarril” o “Raúl 80’s”, este último lugar de recreación ubicado en un buen tiempo en Avenida Insurgentes, casi esquina con calle Puebla. También se juntaba a “revisar agenda, escenarios y a intercambiar puntos de vista”, con los destacados periodistas David Rentería, José González Reyna (Pepe Reyna) y Manuel García Lepe, lo mismo que con Rogelio Zúñiga y Roberto Jaime, y posterior en una generación inmediata, Pedro Jaime y Paco Ocampo 
(Francisco Ocampo Mondragón). Nachito, en una ocasión también sufrió un ‘susto’ con un buen golpe de suerte de la Lotería Nacional, lo que permitió ampliar su casa, según apuntó Brígido, y pasarla relajado unos cuantos meses, sin dejar de publicar su periódico semanario “El Costeño”, que repartía en las dependencias gubernamentales, porque “primero, era lo primero”, puntualizó, resaltando el peso del deber de todo buen cazador de la noticia.

Brígido también era asiduo a las tertulias de café con periodistas, pues las cafeterías de Tepic por tradición en décadas, han sido punto de reunión de los profesionales de la comunicación; así, escucharlo, era adentrarse en aquellos años de las máquinas de escribir, del papel en blanco, de imprenta, y ‘carbón’, del característico olor a tinta profundo de los diarios al hojearlos en las oficinas de prensa, en algún estanquillo a la pasada, camino a una conferencia, o a la reporteada; de las primeras planas, de las notas policíacas, de la nota general, de las columnas y los artículos, de aquel pequeño Tepic, Nayarit, de 1951 y en adelante, en “sepia y a blanco y negro”. 

El decano acudió, en ese Tepic de antes, a dar fe de la evolución de los cafés como efecto del propio paso del tiempo: “La Moderna”, el “Xieka”,  “La Parroquia”, “El Ritz”, etc. Ahí, cabe decir, se estrechaban lazos de amistad, de cuando no había “Facebook”, “Tiktok”, “Twitter” ni “Wifi”, solo la interacción eficaz, intensa, cara a cara. Lo hizo Brígido por más de 70 años, hasta el Tepic de nuestros días, ya con sitio periódico en la cafetería de su preferencia: “La Flor de Córdoba” (anexo al emblemático hotel, que antaño, de acuerdo a su testimonio mismo, albergó una gran cartelera artística, y de la cual llegaría a ser beneficiario constante al lado de sus homólogos antedichos), con todo el poder de la conectividad global.  Ahí se converge, se establecen pactos y luchas en común, entre clientes asiduos, entre trabajadores, entre sindicalistas, entre jurisconsultos y con sus clientes, niños y jóvenes, y en este caso, profesionales de la pluma para seguir en pie, ya como amigos, escribiendo, redactando, analizando, proyectando en el interminable y polifacético quehacer de reseñar el acontecer.

Ayer tal como hoy, los cafés aún siguen siendo el pequeño ‘areópago’ del comunicador, la oficina y el espacio de reflexión, de convite y planeación, como lo fueron hasta el último “Momento…político”,  erigido ahí, del decano Brígido Ramírez, que ayudado por jóvenes egresadas de comunicación o conocedoras de computación, lo apoyaban para elaborar su columna.  Comenzó en esta su etapa actual, haciéndolo en “Café diligencias”, y en “Ledón Café”, que fue su transición a la modernidad, cuando las oficinas y la pesada máquina de escribir pasaron a la historia. Ahora todo se realiza con una pequeña “Laptop” o un celular, y por consiguiente, en cualquier parte el periodista puede maniobrar en pantalla de menores dimensiones de todo dispositivo inteligente, y echar a volar la imaginación para escribir.

Los que tuvimos oportunidad de trato en corto con el decano, y lo conocimos en forma, sabemos que encarnaba un perfil peculiar: había que demostrar un gusto y vocación natas por la profesión del periodismo, como las que él poseía y más, de trabajar y producir, para así estar en condiciones de conectar con valores en común,  y de su parte, compartir experiencia, de su trajinar en el periodismo escrito, de su relación por ejemplo, con los exgobernadores y políticos a los que le tocó tratar: desde su propia incursión en el medio, en la campaña de José Limón Guzmán, por allá en 1951, después con Francisco García Montero (1957-1963), Julián Gazcón Mercado (1963-1969),  Roberto Goméz Reyes (1969-1975), Rogelio Flores Curiel (1975-1981), don Emilio M. González (1981-1987), Celso Humberto Delgado Ramírez (1987-1993), y Rigoberto Ochoa Zaragoza (1993-1999) 
respectivamente, para concluir el siglo XX. Hablaba de Antonio Echevarría Domínguez, sucesor (1999-2005), mandatario con quien, en comunión, en “El grupo de los cuatro” (Luis Chávez López, Miguel Ángel Vargas, Héctor Gabriel Velázquez y Ramírez Guillén), sostuvo encuentros cotidianos de trabajo, camaradería e intercambio de experiencia, para de esta forma proseguir en su desenvolvimiento en el marco del ejercicio de los siguientes titulares del poder Ejecutivo: Ney González Sánchez (2005-2011), Roberto Sandoval Castañeda (2011-2017), Antonio Echevarría García (2017-2021), y finalmente, hasta el segundo año de mandato, 2023, del doctor Miguel Ángel Navarro Quintero (2021-2027). 

Fue común el detectar, cuando el decano pretendía escribir sobre un tema en particular y necesitaba, más allá de los datos fríos o del compendio cognitivo ya publicado en la lejanía de la vorágine nacional,    el testimonio y la visión en directo, cercana de un coterráneo y profesional de la comunicación, para poder corroborar, contrastar, comparar con su propio capital, y enriquecerlo con amigos e interlocutores de su confianza. Buscaba la forma de abrir plática y tratar aspectos de la historia que él manejaba al dedillo, y armar rompecabezas con el presente, siempre enterado, y en consecuencia poder atisbar y aproximarse al acontecimiento futuro; porque en el periodismo, a la vieja escuela, y hoy es factor que sin duda sigue y seguirá siendo consustancial de un buen escrito, es necesario saber olfatear, detectar y descifrar tiempos y circunstancias. Así, tocaba aspectos relevantes del arte, economía, medio ambiente, la cultura o la política, ésta última por supuesto, era su pasión, pues le tocó formar parte del sistema, como el primer director de prensa y relaciones públicas, en el gobierno de Roberto Gómez Reyes (1969-1975). También fue Síndico de Tepic, Regidor y líder de organizaciones de periodistas como la APENAC, de las más antiguas y que aún existen, hoy bajo la presidencia del maestro y poeta Octavio Campa Bonilla. 

Sabía “meter hilo para sacar hebra”, como se dice, siempre ataviado con su bolso de mano; sacaba hojas blancas de una carpeta, que también portaba, para elaborar un borrador, a la vieja usanza. Anotaba para no olvidar la charla momentánea que veía interesante, y al rato, al dictado, ya con la auxiliar, la atenta joven, lista para teclear la computadora, y elaborar la columna siempre objetiva y ‘quisquillosa’; por eso buscaba lugares donde hubiera el menor ruido posible que produjera distracción.

Como comunicador experimentado y que vivió la etapa de las máquinas de escribir, el ‘Fax’, las pesadas cámaras fotográficas (de rollo, estudio y revelado), pluma, papel, olfato e ingenio periodístico para reportear, supo lo que era abrevar de los sucesos en materia de seguridad pública, y participar en la diaria construcción de la “nota roja” (donde todos comenzaban su trayectoria periodística). Buscaba estar enterado de los acontecimientos nacionales, locales o de otros países, por mínimos que estos fueran, siempre y cuando tuvieran el peso correspondiente como tales, que es otra parte significativa del periodismo veraz y contundente. Todavía pues, en algunas tardes de octubre se le pudo ver en la cafetería “La flor de Córdoba”, lo llevaba su hija Norma Cardoso, a quien pedía lo dejara para ver a quien se encontraba, lo hacía después de recorrer determinada oficina o tratar algún pendiente.

El decano aprendió desde muy joven -así se requería- la disciplina de despertarse y emprender su actividad muy de mañana. Gustaba de limpiar el patio de su casa, regar las plantas y podar los árboles. Procuró mantenerse siempre en autosuficiencia, y en su etapa de adulto mayor, todavía salía de su casa de manera independiente, se le acompañaba de vez en cuando solo en auxilio para abordar un taxi, de los amarillos, hacia determinada institución,  y de regreso se trasladaba de igual forma a su domicilio. Varias veces se retiraba del café “Córdoba" para ir al Congreso, o Palacio de Gobierno; lo hacía por su propio pie, se aventaba sus dos o tres ‘paradas técnicas’ en el trayecto y descansaba, nunca se quejaba, era admirable su fortaleza y salud de las que siempre gozó.

Platicaba que desayunaba bien, ya que la intensa actividad, el trajín de acudir a capturar la noticia, requiere fortaleza física y mental, concentración y agudeza de los sentidos, y al medio día, solo tomaba café o té, pero cenaba completo, de todo. Fue una costumbre adoptada, llegó a enfatizar, pues los periodistas, agregó, no tienen horario, “saben a qué hora salen de casa, pero no de regreso”. Por eso la mayoría de las veces, es común el consumo formal de alimentos fuera del domicilio: en cafés, mercados o puestos callejeros, de acuerdo a las posibilidades. Lo vemos asimismo, como herencia con las nuevas generaciones, decía, y tenía razón, así sucede.

El buen Brígido, también se dio tiempo de admirar y reconocer el talento y belleza femeninos, que percibió a cada día en su andar, pero siempre respetuoso. En su matrimonio procreó únicamente hijas, una de éstas tuvo a su vez un hijo (blanco, robusto y con ojos de color), que desde niño fue el consentido, o al menos eso proyectó el afecto, muy al estilo del decano, que nunca faltó a nadie de su estirpe, porque se le veía  llevarlo y recogerlo en céntrico colegio de Tepic, como tiempo atrás lo hiciera con sus hijas, a quienes muy de mañana las trasladaba a la Universidad en auto, de la marca ‘Ford Mustang’ color Naranja -similar al que usaba el legendario luchador y actor “Santo el Mascarado de Plata” en las películas-, eso cuando estudiaban aquí. 

Su nieto, ya joven, de repente lo acompañaba a eventos de prensa o con determinado político o funcionario, incluso, al “chavo” le atrae la política, es parte de la red de jóvenes en un partido, y no descartemos que en cualquier momento surja como candidato en honor a su abuelo, que estaría más que orgulloso, al ver su trascendencia en descendientes, siguiendo sus pasos y dando señales de una buena conducción.

La amistad entre quien esto escribe y don Brígido proviene del año 1985, cuando junto con Pepe Reyna, era propietario del “Diario Prensa Libre”, que se ubicaba por la calle Morelos, entre Puebla y Durango, donde trabajé un tiempo en los talleres. Ya con posterioridad, con esa base, incursioné en el periodismo, y nuevamente tuvimos acercamiento, como amigos, con vocación, profesión y pasión en común, y coincidimos en los cafés. Luego me invitó a crear la Asociación de Periodistas de Nayarit (APENAY), tocándole presidir el primer comité; entre sus integrantes se pueden citar a: Myrna Ortiz Corona -entonces reportera-, Javier Rojo Fregoso, Pepe Reyna, el doctor Ruelas, Toño Lora, Luis Chávez López (+), Norma Cardoso y Luis Hernández, entre otros que se sumaron con el tiempo.

“Pepón” (José González Reyna, Pepe Reyna), como le decía Brígido a su socio de ‘Prensa Libre’, no era de acudir con la misma asiduidad que los demás, a esos puntos de reunión,  pero hasta hoy, es parte de la cotidianidad el verle desarrollando sus actividades profesionales y personales, también con su breve portafolio; en su interior: libreta de apuntes, grabadora y lista de pendientes. Normalmente todo lo ha hecho a pie, siempre ha recorrido con paso firme la ciudad, decía con gracia su hermano de vivencias Brígido, reconociendo la fuerza física y de voluntad de quien ha sido hacedor de la columna “El Ritmo de la Vida”. Hoy los años parecen cobrar factura, y ya son pocas las veces que se le observa caminando por la Capital, pero lo hace cuando acude al banco, a una entrevista, o a realizar pagos a determinada tienda departamental. Pero esto, ya es parte de otra crónica.


Los compañeros de mi generación periodística, se sorprendían de mi relación con el decano, hasta quien llegó a ser mi maestro en la actividad comunicacional, Cesar Rentería Velázquez (+), ello por la diferencia de edades, pero quienes tuvimos como escuela el ejercicio de saber escuchar, tenemos la oportunidad de involucrarnos e interactuar en grupo y en lo individual, pues es parte del trabajo, y con Brígido, eran continuas las conversaciones en el “Córdoba”. No pocas veces nos dieron hasta pasadas las 6 de la tarde. Le gustaba que lo acompañara, así pude conocer esta, que es parte de su larga y productiva vida.

Brígido llegó a manifestar tal apego al periodismo como labor de vida, seguramente por ser en la que comenzó en su juventud, en la que pasó sus mejores años, sus más difíciles retos, pero también sus mayores satisfacciones, que nunca dejó de ser su principal fuente de ingresos. Como una especie de leyenda urbana, se llegó a comentar que pudo alcanzar estabilidad, de allegarse de diversas líneas de financiamiento, no obstante, cuando en las conversaciones se tocaba sobre algún apoyo económico, su interés era palpable, como su voluntad para ser partícipe primero con el trabajo, la nota, la columna (en la justa gratificación), porque entonces afloraba más su pasión de vivir la experiencia completa del periodista. “Brígido -le decíamos en son de prueba, esperando ya su reacción- tú no ocupas, tienes centavitos”, y reaccionaba de inmediato con gran convicción, en un son casi de reclamo, pero sonriendo: “cabrón, cabrón, también estoy jodido”. Y quizá tenía razón, a todas sus hijas les dio una profesión de doctorado para arriba, licenciatura o maestría,  en escuelas de otras entidades. Era parte de “las charlas” que se extrañan, como el maestro que ya no está, o se distanció del alumno al irse a un retiro, de vacaciones, y se espera el ansiado regreso para volver a componer el mundo, a México, a Tepic, en medio del aroma, y el vapor oscuro del café.

La pandemia del COVID-19, nos separó en el trato personal, y nos enseñó a hacerlo vía telefónica. Brígido siempre trató de estar al día, hablábamos buen rato por la tarde-noche, y muy de repente nos encontrábamos en determinado lugar cuando salía, obviamente guardando todas las precauciones sanitarias. De alguna manera se las ingeniaba para evadir los estrictos cuidados de su familia aunque fuera un poco, porque lo cobijaron al máximo, y ver con sus propios ojos de periodista la realidad en las aceras y esquinas de la entonces desolada urbe tepiqueña. Quizá como muchos de quienes nos dedicamos a esta actividad, no soportaba el encierro que nos tocó vivir en la era del “Gran confinamiento”, y aprendió poderosos trucos de cuidado de su salud, y de blindaje justo en medio de la tempestad.

Los adultos mayores normalmente platican varias veces una historia, buscando probablemente dejar en claro su peso en el devenir; pero el autor de la columna “Momento Político”, no, quizá porque consideraba que el día que lo hiciera, decrecería su calidad como profesional de la comunicación, toda vez que siempre en el polifacético mundo del periodismo, siempre hay algo nuevo que capturar, que procesar, que organizar, que configurar, que publicar, y extraerle algo más. El decano, don Brígido Ramírez Guillén, era muy orgulloso para aceptar un límite, o un ya no puedo. Con esa sonrisa, lo confirmaría aquella tarde de octubre, la última que lo ví, diciendo: “Nos vemos, amigo mío, nos vemos, si no vengo mañana, ahí te encargo. ¡Todo bien! ¡Todo ya está bien! ¡Ya he terminado mi ‘Momento…político’! ”. 

Por ello, aún, su figura parece dibujarse en el horizonte, con el efecto visual que deviene del entrecierre ocular y una dosis de testimonio memorístico, a fin de recrear al unísono aquel paso taciturno característico al acercarse a su sitio de estancia cotidiana del corazón de la ciudad, para la revisión periódica de sus notas, organización informativa y de deliberación con su joven ayudante, o con algún homólogo del trajín profesional que coincidía para la hora del deguste del café, como el que esto escribe, siempre después de las 14:00 horas, el turno vespertino.

Aún, sentado en el lugar de su interlocutor, frente a esa silla que hoy luce sin su presencia física, de aquel conocido establecimiento de bebidas y repostería del Centro Histórico de la Capital, desde ese preciso ángulo, se puede observar con el poder de los momentos capturados en la mente, a ese hombre de mirada cansada, pero de gran proyección histórica, marcado por el abrazo de los años, planteando, interrogando y afirmando en un marco de peculiares matices y contrastes, a la par del aplomo, solo del que ha visto, registrado y vivido una gran sucesión cíclica en el transcurso del tiempo, y de haber logrado pervivir en la escena para contarlo, y poder afirmar: “Así fue, porque así lo ví, así lo viví, así lo sentí, así lo escribí”.


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