EDITORIAL/Semana del 10 de junio de 2024

La ‘justicia’ del triunfo cabal, ¿la justicia cabal de la sociedad?




Tras la validación legal, con el respectivo sello institucional, del contundente resultado de las elecciones del pasado domingo dos de junio del presente, donde el partido oficial, Morena, obtuvo la victoria - definida asimismo como histórica por la cantidad de votos obtenidos, superior incluso a la del 2018- en la contienda presidencial con la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, mayoría calificada en la Cámara de diputados (en conjunto con sus aliados del partido Verde y del Trabajo), mayoría en el Senado, en congresos locales, alcaldías y regidurías del país, llegó el momento de la gran reflexión, que perfila sin duda y a la vez, el parámetro de cuantía de vocación y oficio por la atención integral de las causas sociales, que no hace distinción de nadie ni deja para después, sino que soluciona oportunamente, en un capítulo inédito del devenir popular; para adquirir entendimiento pleno de tiempo, circunstancia, misión y objeto de un veredicto y confianza mayoritarios en pro de la conducción de la nación. 

Ahora, que el triunfo (en seis estados y la Ciudad de México, alcanzando un total de 24 entidades), compuesto por el voto de seis de cada diez ciudadanos, determinó un poder de continuidad sobresaliente al movimiento que gobierna desde la Presidencia de la República, con Andrés Manuel López Obrador, y podría suponer en una lógica inmediata que lo efectuado y lo obtenido son directamente proporcional a una fórmula político-gubernamental correcta en entidades y municipios donde se es gobierno, se refrendó y se abrió la puerta a la reelección, y no haría falta nada más, cabe la siguiente cuestión: ¿hasta dónde será posible entonces dimensionarlo sin caer en la tentación de una visión vertical, absolutista y hasta quizá excluyente de actores y sectores que, aunque ajenos a una operatividad directa con los núcleos poblacionales que reportaron los sufragios correspondientes, no dejan ni dejarán de ser prioritarios en una interpretación oportuna y eficaz del sentimiento de la nación, de cada pueblo, ejido y comunidad con esquemas diversos y desde la comunicación política y social en la multiplicidad del quehacer periodístico? ¿Hasta dónde será estratégico restar méritos - si así es el caso-, al por mayor para portar la insignia sin compartir? 

¿Hasta dónde permitirá el grado de equilibrio de cada ‘general’ y gobernante blindarse de cara a una contraproducente euforia triunfalista que le impida reconocer a cabalidad el panorama con su consabida diversidad de matices? Es decir, ¿cómo superar la sutil trampa de comenzar a cerrar los canales de interacción e ir más allá del blanco y negro de la tergiversada concepción de un logro hegemónico del bien contra el mal, donde el pueblo que votó es lo que importa, y dijo lo que se requiere, para hacer a un lado - aunque se simule cobijo y comprensión, pero en los hechos todo lo contrario-, a todo aquello que se estime no hizo falta después de todo, y ya no lo hará? Porque en esa singular visión - que no atiende evolución, transición ni transformación, no obstante que nada es vitalicio ni estático, y todo puede cambiar de un instante a otro-, no cabe la suma, la sincronía de esfuerzos con todos y para todos, del dar y construir en la reciprocidad del bien, y el consecuente tino de prever para responder en tiempo, forma y lugar. 

Los triunfos cabales, son para responder y solucionar cabalmente, para que la justicia social a cada gobernado, a todo sector y genuina expresión popular encuentre aplicación cabal, por el derecho a la libertad, a crecer, a la verdad, y a vivir en paz. ¿Serán pues tales condiciones las que lleguen a dar forma al nuevo capítulo histórico del país, en cada Entidad, municipio y comunidad? Ya lo sabremos. 





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